Pesca en el pacifico. No hay sueños imposibles

Hace aproximadamente 35 años que se inició una aventura de pesca. Empezó en la imaginación de un niño cuando el pescador, «El Pájaro», le explicaba el origen del nombre de la embarcación en la que iban navegando. EL PACÍFICO, era el océano más grande del mundo. Tras escuchar esto, aquel niño voló con su imaginación al océano desconocido en busca de aventuras. El destino se iba marcando, los sueños más aventureros de aquel niño, pescar en el océano Pacífico, estaban por venir. Encontrarse frente a frente con ese gran pez.

Más tarde quedó en su memoria la lectura del libro: el viejo y el mar, una historia de un pescador solitario en medio del mar persiguiendo un sueño. El escritor, Ernest Hemingway, llegó a decir el siguiente fragmento sobre el tiempo que le llevó escribir esta historia:

«Lo escribí en 80 días, pero lo pensé 13 años. Lo que quiere decir que primero hay que vivir y luego escribir sobre una verdad profunda, y eso tiene más valor que la misma literatura.» Ernest Hemingway.

Unos días me llevará escribir este relato, aunque más de 35 años viviendo aventuras de pesca para la gran aventura. No llegará este relato al nivel literario de «El viejo y el mar» pero si una pequeña muestra siguiendo los cánones del gran maestro Ernest. Después de este periodo y haber experimentado esta vivencia me viene a la cabeza esa imagen de la consulta de Sofia, no hay sueños imposibles.

Se presentan cambios en tu vida, abriéndose la ventana que te lleva volando a tu sueño. Lo de volar es literal pues para acercarme al Pacífico hubo que coger algún que otro avión. Ese primer cambio fue Ale, mi amada Alejandra, el motor que despertó en mi el valor para acometer una aventura de esta índole. La fuerza del destino volvió a ir marcando el camino, ya que Ale nació a orillas del Pacífico. Las cosas van sumando y no por el azar.

No puedo enumerar las salidas de pesca en mi mar, el Mediterráneo. Unas pocas en el Atlántico y mar Cantábrico, sirvieron para avanzar como pescador, y una gran lección de la necesidad de adaptarse o fracasar, ya que lo sabido en tu mar puede no servir en el nuevo. Es exactamente como la naturaleza, evolucionas o desapareces. Ese lado salvaje de la naturaleza, tan primitivo y tan desconocido a pesar que siempre está. Sin duda tocaría aprender, esforzarme para la adaptación necesaria, e irremediablemente recibir la dosis necesaria de fracaso y con suerte algo de gloria. Lo que más me animaba era simplemente el hecho de estar y vivir esa experiencia, sentir la corriente de ese océano, su fuerza, la temperatura, el tacto de su arena, el sabor salado. Y dejando un poco el mundo marino, conocer un rincón del mundo nuevo para mi, otras costumbres, otro modo de vida.

En los meses previos, dejé de soñar esa aventura, pues de lo contrario no la viviría sino tan solo iba a comparar con el sueño estando allí y mi intención era vivirla sin nada más, tan solo me dejaría llevar. Tenía el contacto de personas que compartían esta afición por el Pacífico, esta vez sería un aprendiz y tocaría escuchar y aprender.

Allí sobre el terreno todo era fuente de sensaciones, mas anhelaba ver aquel océano inmenso. Antes de verlo lo olí. Allí en el aeropuerto haciendo el trasbordo de un avión a otro, con la brisa del alba vino su olor, alcé mi mirada buscándolo pero solo asfalto de la pista del aeropuerto y edificios quedaban al alcance de mi vista, un poco más allá estaba, pero su visión debía esperar. Un nuevo viaje en avión, después carretera en coche y tras una secuencia de curvas, allí estaba un azul, y no del cielo. Y ese azul me encantó, como ver por primera vez a la chica que te gusta.

Amor al pacífico

Los primeros días fueron muy entretenidos, rodeado de gente maravillosa que me hacía integrarme en todo este nuevo mundo, viviendo de primera mano el descubrir una costa diferente, probando el mar, la arena que sonaba de manera peculiar al andar descalzo sobre ella, la gastronomía local. La fauna silvestre: los cangrejos, las tortugas, los lobos marinos, aves marinas, las ballenas jorobadas… Un poco de todo ello he intentado plasmar en el vídeo, porque en definitiva, pescar no es matar un pescado y ya está. Es saber entender la naturaleza, disfrutar observándola, después con mucha humildad y respeto intentar recoger algún fruto que te brinda.

En esta aventura de pesca extrema, tendría una sola oportunidad, me lo jugaba todo o nada a una sola partida, el día señalado, el 22 de Agosto. Conté con días de preparación en el Mediterráneo, que jugaron a mi favor. Un par de meses dedicando las salidas de pesca buscando agua muy movida, lo máximo posible y aguantar allí el movimiento del mar, preparando al cuerpo para no fallar por un mareo con el movimiento del mar, una lección aprendida en mi primera aventura por el Cantábrico en Galicia. Otras salidas las dedicada simplemente a coger más profundidad de lo habitual, había que estar preparado por si tocaba pescar a más agua de lo habitual. Durante estos dos meses no importaba si lograba algún pez o no, simplemente tenía que estar preparado para la adaptación, tenia que desacostumbrarme de lo normal y hacer cosas distintas. Una vez en el Pacífico dispuse de días con ratos para ir al mar cuando el cuerpo me lo pedía, estar dentro de estas aguas sin pescar, tan solo observar, y sentir que diferente son las aguas de un mar y otro. Pronto aparecieron las diferencias, que a pesar de estar mentalizado que las habría, no me esperaba tantas.

Llegué sin estar preparado para pescar madrugando, hace ya muchos años que no madrugo para ir de pesca submarina en mis salidas habituales, hace años probé a ir por las tardes o a media mañana y pronto vi que mi cuerpo rendía mucho mejor.  En el Pacífico no hay opción, tienes que aprovechar las primeras horas de la mañana, luego empieza un fuerte aire que suele dejar el mar movido y muy muy turbio, nada bueno para practicar pesca submarina. Así que aproveché para madrugar y del tirón para el agua. La fuerza de estas aguas es mayor incluso que la el Cantábrico, menos mal que en los dos meses previos si que atiné preparándome para agua fuerte y con corriente, aunque para decir la verdad el 22 hubo también bastante suerte y la corriente aunque pegaba, era soportable o yo ya me había adaptado muy bien y no la sentí incómoda. Los peces era muy rápidos, unos movimientos diferentes a los movimientos del mediterráneo y juegan con la corriente, era complicado seguirles su movimiento, saber para donde salían y dirigir la flecha. Son peces que viven en un mar con más depredadores, mucho más grandes y feroces que los depredadores del mediterráneo, mucho más bestias, por tanto estos peces saben huir, viven con el miedo en el cuerpo , excepto los peces globo que se quedaban inflados sin apenas moverse.

En el plan de dejarme llevar y vivir las sensaciones, una muy agradable fue compartir el lado más salvaje e integrarse con la naturaleza con un par de aprendices sedientos de aprender. No fue algo ideado ni programado, tan solo fue saliendo tal cual, Rafa y Gabriel despertaron ese lado más en contacto con la naturaleza, venían los ratos donde nos íbamos a las pozas a buscar peces e intentar cogerlos con nuestras manos. Enseñarles como coger los cangrejos sin sufrir sus temidas pinzas, hasta Mikela se unía a las aventurillas. El heladero de la playa tras una conversación donde quedó claro que ambos eramos apasionados de la pesca, dejó por un buen rato su labor con el carro del helado y se puso con nosotros a enseñarnos como coger las lombrices de roca. Nos explicó como había que jugar con la marea baja y la marea alta. Una marea para recoger el cebo, otra marea para intentar pescar con sedal y anzuelo con ese cebo que la propia naturaleza te ofrecía. De estos momentos si hubiese que destacar uno sería aquel momento en que a las 7:00 AM nos fuimos dentro del mar a bucear. Y ahora es realmente complicado describir con palabras tal cúmulo de sensaciones, suyas y mías. Sentir su emoción, me hacía sentirme un niño más, como vivirlo por primera vez. Comprobar su ímpetu y como se adentraban conmigo a pesar de las dificultades, corriente, agua turbia, respirar por la boca sin usar la nariz. Sentir como 3 vidas se juntan para conformar un equipo con un solo objetivo, estar dentro del mar, buscar un pez. Desde luego un gran objetivo se alcanzó, enseñarles como es posible integrarnos en la naturaleza porque nosotros mismos somos parte de ella, dentro de este mundo de consolas, tabletas, móviles, TV, enseñarles que ahí fuera está la naturaleza que te brinda unas emociones aun mejores que el mundo virtual.

Compartiendo enseñanza
Avanzando juntos
Supervisando
Golpe de riñón
En sintonía con la naturaleza
 
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Fotografías by Wedflicks

Las horas previas al día 22 fueron extrañas, ahora si me rondaba en mi cabeza que en unas horas estaría viviendo esa oportunidad, y el resultado de la misma una gran incógnita, no quería que la mala fortuna me persiguiera. Intentaba poner lógica en ese cúmulo de pensamientos. Tener una oportunidad en un mar distinto te sirve para ganar experiencia y aprender de  los errores, nada de pescar un gran pez. Era una lógica orientaba a una posible salida de pesca sin los frutos deseados. Mi corazón, también tenía algo que decir, y bien claro

«La teoría está contra mi, pero voy a coger el pez de mi vida»

Esa noche apenas dormí unos minutos, la emoción me superaba, gracias que la noche no iba a ser demasiado larga pues a las 5’30 AM tenía que estar listo para ir al punto de encuentro con el gran pescador local Alfonso, y no solo un gran pescador, sino un maestro de los que enseña, una persona grande y no solo en tamaño. Dormir tan poco no es lo más adecuado para un jornada de pesca submarina, pero la novedad del lugar, la adrenalina de la aventura compensaría y no notaría demasiado el cansancio. Alfonso, Adrian y Antonio, tres ASES de los mares, cosas del destino que decidió que nuestros nombres empiecen por A :-), surcando al alba el Pacífico, al encuentro con el lado salvaje del mayor océano de la Tierra. Partimos rumbo a lo desconocido para mí, Alfonso me va explicando y dando las directrices claras para este tipo de pesca, incluidas las recomendaciones en cuanto a la seguridad, como por ejemplo saber claramente el sentido de la marea y la importancia de elegir el lado por donde bajar. Una vez ya en el agua compruebo lo muy distinto que será la pesca en esta ocasión, decenas y decenas de metros de profundidad sobre mi, corriente agua turbia verdosa terrorífica.

Me coloco en paralelo al compañero, y observo como inicia su primer descenso, lo sigo con la vista, pero pronto desaparece totalmente de mi alcance, realmente está turbia el agua y conforme baja parece más turbia aun. Decido esperar en esta posición al ascenso de él y escuchar que tal anda la cosa allí abajo. Parece un descenso profundo por el tiempo que transcurre, al visualizar su ascenso, observo las gomas de su arpón, y una alegría me invade. Ha tenido que disparar, y pronto se observa la silueta de un buen mero, qué pasada. Me explica que el sitio hoy está bastante favorable, y la presencia de meros. Me centro en relajarme, en sentir la corriente e intento mi primer descenso.

En esta primera bajada quedó patente otro punto que no preparé y es el hecho de lograr estar preparado para un descenso profundo desde la primera bajada, por contra necesito unas cuantas bajadas iniciales para ir ganando profundidad. También quedó claramente que es muy fácil descender con aguas claras pero una cosa distinta es con el agua turbia, cosa que tampoco preparé a conciencia pues los días que fui a entrenar la profundidad fue aprovechando aguas claras. Una vez hecho el golpe de riñón, el agua se volvía cada vez más turbia con un verde radiactivo que no ayudaba nada a mi relajación. Paré de golpe, no puedo más, el corazón se me va a salir por la boca, no estoy preparado para seguir bajando, así que cancelé y subí a superficie. Más abajo estará lleno de pescado, pero si no supero esta primera prueba no podré ni verlo. Hice dos intentos más fallidos, sin coger la profundidad necesaria, sin la calma requerida para la ocasión. Un desastre total como empezaba el día. A pesar de la dificultad, no me arrugo, y me empeño a mejorar metro a metro, segundo a segundo. Es un reto apasionante para ir superando a lo largo de la jornada. Al final las cosas complicadas te van enganchando ayudándote a superarlas.

El cuarto intento, me tomé más tiempo en superficie, tenía un plan. Cerraré los ojos en el descenso, ya que ese agua tan turbia y verde no me ayuda en nada. Mi compañero me ha dicho que después, a cierta profundidad, el agua cambia y aclara. Preparo un par rde espiraciones profundas, y realizo el golpe de riñón, en cuanto tengo la vertical ganada cierro los ojos. Movimientos suaves para ir ganando profundidad, sin el sentido de la vista mejoro, me siento mucho más cómodo y lo más importante ahora mi corazón si late a un ritmo aceptable. Han pasado varios segundos y ya soy negativo, sin necesidad de aletear. Deduzco que ya habré pasado la franja turbia de agua, abro los ojos y la realidad me muestra que debo bajar más. Me dejo llevar y la luz se enciende, o al menos el filtro verde ha desaparecido, no siendo tan tenebroso el escenario. Me acerco al punto que me describió Alfonso e irremediablemente mi corazón se aceleró y en mi interior no cesaba de retumbar la siguiente frase:

«Joder, que pedazo de meros»

Ante tal situación no estoy en condiciones de intentar su captura, así que simplemente disfruto de su visión y subo para arriba. No es el momento de pescar, necesito más adaptación para intentar hacerlo lo mejor posible. Este pez no merece un intento a la desesperada. Insisto en el mismo punto, comprobando lo variante de las condiciones,  unas veces mas turbio otras menos, pero en todas los meros me mantenían la distancia. Tras 4-5 bajadas de observación, decido intentar seriamente la captura de uno de ellos.

Desciendo como en veces anteriores, hasta llegar a una profundidad ya respetable donde el agua dejaba de estar tintada en verde. Un poco más allá se divisa a dos moles de mero que mantenían la distancia, no se acercarían. Empiezo un acecho, bajando un poco más mi línea sin mostrar demasiado el arpón. Claramente hay dos de ellos en primera línea. Debo elegir entre uno de ellos y centrarme en uno exclusivamente. El elegido es el de más a la izquierda, que es algo más pequeño que el otro que me pareció ya una mole imposible de frenar. El que elegí parecía más quieto y posiblemente me dejaría realizar el acecho. Logro el acercamiento tras unos segundos de avance y faltaba un momento crítico. El acercamiento para el disparo, quería un tiro para dejarlo noqueado. Fue entonces cuando empecé a ascender ese poco que me faltaba para ir a su encuentro y al mismo tiempo colocar el arpón en posición ideal. Compruebo que el mero seleccionado me aguanta y de reojo veo al otro que es aún más grande de lo que parecía inicialmente. No es el momento de cambiar de objetivo e intento la captura. Todo surgió en apenas unas milésimas de segundo y no sabía que había sucedido. Estaba seguro que el disparo fue a priori a una buena zona, el mero giró y tras ello ya no sentí tensión en la línea. No era posible, un giro tremendo y salida en explosión, ¿Qué pasaba que la línea no tenía tensión?. Mientras ascendía intentaba encontrar una explicación: el material, el sedal que utilicé, quizás un fallo mío en la gaza, quizás el cordel elegido no aguantaba tanto y partió o se cortó con el rozamiento… Cuando estoy arriba e intentando explicar al compañero lo sucedido, termino de recoger la línea y me encuentro con una parte de la varilla. Se había partido por completo por el primer tetón. Sin este fallo en el material, ese mero habría dado guerra pues no quedó noqueado aunque con algo de resistencia podría haber logrado su captura. Me encontraba por tanto en una situación complicada de procesar. Por un lado había estado buceando entre grandes meros, había logrado el acercamiento perfecto, un buen acecho. Logré hasta el disparo. Por el otro lado no pude saborear el triunfo de una captura ejemplar. ¿Quizás este fuese el fruto que el destino me tenía reservado?. ¿Tener a mi alcance un resultado casi perfecto y en última instancia perderlo?.

Cuando llegué al bote, donde estaba Adrian de barquero, ya tenía más o menos asimilado que lo que sucedió entraba dentro de lo lógico, así que era un destino bastante razonable. Ahora tocaba reponer en el propio mar haciendo eso que tanto nos gusta, pescando. Adrian me ayuda en el cambio de varilla y vuelta al mar. Ya en el mar me planteé hacer justo lo que en un principio era mi pilar en esta aventura. No quedarme en la mente, tan solo sentir y disfrutar de lo vivido,

De nuevo atento a las sabias indicaciones del maestro, quien me ayuda a diferenciar de pardos y los fortunos. Éstos últimos son conocidos como serviolas en España, y en la zona de Murcia como lechas. Logramos algunos ejemplares tanto de pardos como de fortunos. Para ello había que localizar los bancos de éstos, o más bien ellos te localizaban. No se veía nada, hacías el golpe de riñón y empezabas el descenso, encontrándote por el camino las franjas con aguas más turbias. Ya me había hecho al tema de descender con agua turbia y ojos abiertos, era necesario para esta pesca, pues de repente aparecía el banco de peces de la nada y tenías que estar listo para intentar la captura. Imprescindible luchar contra el efecto confusión y sus cambios de dirección.

Y de repente aparece esa fuerza misteriosa que te acerca a esa gran pez… Ya habían pasado horas desde aquel lance con final triste con el mero. No los había vuelto a ver. Estando en superficie preparando una nueva bajada me acordé de aquello que me comentó mi compañero:

«A veces te los encuentras fuera, suspendidos en la nada, entre las aguas turbias»

Fue entonces cuando decidí ir más abajo y probar con aguas más turbias, iría en busca de esas tinieblas a ver si me encontraba frente a frente con el gran pez. Las condiciones eran distintas, arriba el agua estaba más azul, bastante clara para como es el pacífico y conforme descendías surgían las zonas con agua más turbia, al revés de como estaba a primera hora. Durante el descenso voy realizando pequeñas paradas y voy observando la zona interior, que es donde más movimiento se veía. En unas de esas paradas me percato que más abajo en la vertical hay un grupo de fortunos de buen porte. Lo lógico hubiese sido centrarme en ellos e intentar su captura. Es entonces cuando lo ilógico se apodera de la situación, esa fuerza misteriosa aparece de nuevo en mi vida, hace girarme hacia mi derecha y ver suspendido en aguas abiertas ese gran pez, mi pez. Un fabuloso mero me contempla, al sentir mi mirada inicia su giro hacia su derecha para continuar con un descenso oblicuo para alejarse de mi posición. No hay tiempo para más, está en aguas abiertas por tanto lanzaré mi intento y ya lo frenaré.

Mi falta de experiencia en estas aguas y estos peces queda de nuevo patente. Tras el impacto de la varilla, el mero titubea una milésima de segundo y pronto pone la directa hacia abajo. Sujeto con firmeza la línea, con la intención de frenarlo. Me doy cuenta el color verde del agua, el mero tiene más fuerza que yo, en el intento de frenarlo yo desciendo en vez de ascender. Toca mirar por la seguridad, concederle la victoria momentánea de fuerza y ceder la tensión del sedal. Le voy dando cabo mientras asciendo buscando la superficie. Tras la primera bocanada, pongo toda la firmeza posible en la línea. Ya no estoy dispuesto a ceder ni un centímetro, busco con la mirada al compañero. Lo llamo un par de veces, aunque no creo que me oiga, la distancia me parece algo lejos para ello, quizás ese algo del más allá, influyó también y le hizo mirar hacia mi posición. En milésimas de segundo acelera el aleteo y se dirige veloz hacia mi posición. Intuye que algo bueno tengo entre manos. En mi tesón de mantener firmeza en la línea me hace que quede cubierto bajo el mar cada vez que viene una ola, pero la consigna está clara. No ceder aunque para ello haya que saborear el salado del mar. Alfonso desciende para analizar la viabilidad de recuperar el mero, en parte yo he fallado ya que el mero ha logrado su primer objetivo, ir hacia abajo y buscar refugio. Miro hacia el vacío buscando el ascenso del compañero, la espera se hace eterna y el consumo de fuerzas es considerable aguantando tensión.

Veo su ascenso y espero sus noticias. El mero está profundo pero a priori no muy complicado y esta información me hace tener esperanzas. Él prepara otro descenso, en superficie se encuentra buscando la relajación necesaria. Yo continúo en la misión de mantener firmeza, cuando me vuelvo a hundir pero no por una ola, sino por un tirón desde el otro extremo de la línea. Mi respuesta no se hace esperar , jalo con toda mi fuerza con ambas manos para intentar traerlo hacia mi. La respuesta del mero no se hace esperar y la línea cimbrea, la lucha está siendo cuerpo a cuerpo, pero ahora yo estoy en superficie, he tomado aire y él se encuentra en agua abierta. Informo al compañero que la situación a cambiado, y le pido que esté preparado para asegurar la pieza, ya que mi tiro rápido e instintivo sin más tiempo. Recupero línea sintiendo la emoción que supone tener al otro extremo un gran pez. El mero no logra recuperar ni un centímetro en profundidad. Alfonso inicia su descenso, elegante, sin prisas, haciendo un descenso impecable y de repente los tirones ceden en intensidad y ahora se siente más peso que otra cosa. Está hecho. Ahora no importa el mero, lo que realmente importa es la gran labor que ha hecho el compañero, voy a su encuentro y chocamos nuestras manos. Todo mi agradecimiento es para él en este instante, mayor mi alegría al sentir la alegría sana en él. Nada de envidia ni rivalidad. El mero está en superficie, he logrado un gran pez en mi aventura en el Pacífico. Antes de ir a la embarcación donde nos espera Adrian, agradezco a esa fuerza del más allá, a mi Padre.

Murique, mero del pacífico
Mi gran pez
Gran Murique de Alfonso
 
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Viví un auténtico sueño y lo mejor es que fue insuperable, funcionó de nuevo tener un sueño sin grandes definiciones con las cuales luego comparar. En el camino de regreso empecé a asimilar que lo vivido es una historia increíble, nada sencillo jugárselo todo a una y tener este resultado. Me sentí enormemente agradecido por compartir esas horas de agua con un equipo increible de pescadores y más grandes aún como personas. Al llegar a casa sentí lo que debieron sentir los vencedores de grandes batallas de la historia, me sentí grande, me sentí recompensado al ver que mi alegría era extensible a las personas que me rodeaban, mi alegría era su alegría. Ahora sé lo que sentí:

«Me sentí simplemente querido» 

Comparto con mis lectores un pequeño vídeo que recoge algunos detalles de esta aventura (188 Mb es el espacio que ocupa). Es un vídeo subido directamente al servidor para poder disfrutar a máxima resolución full hd 1080×1920, ya que en el proceso de subir el vídeo a Youtube pierde bastante calidad. Es necesario un servidor con un coste anual para ofrecer este tipo de contenido, en esta ocasión ha colaborado nuestros amigos

Pesca en el Pacífico

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