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Tres mosqueteros en la loberica

– Antonio, se vendrá con nosotros Salva.- Me comentó Eusebio.
Ese miércoles por la mañana si tenía un segundo donde dejar volar los pensamientos se iban a la embarcación «kelahiran» de mi compañero Eusebio. Tal y como me explicó en su día Eusebio, kelahiran que viene a significar nuevo nacimiento, así pues una bonita oportunidad para reencontrarme, si el tiempo nos lo permitía, con mi viejo conocido Cabo Tiñoso. Nos juntaríamos, los 3 mosqueteros, Salva, Eusebio y yo.

A las 15:45 llegué después de la jornada laboral al club de regatas, donde habíamos quedado que echaríamos la embarcación de Eusebio por la rampa y allí estaban mis compañeros con la faena rutinaria. Yo, como un autómata me puse con las labores de ir acercando mis utensilios a la embarcación y en cuanto todo quedó dispuesto salimos rumbo a Cabo Tiñoso, a pesar del viento de Sur-Este que haría la travesía movida y más lenta, pero estábamos decididos a ir. En mi interior notaba ese deseo de volver a visitar esas aguas mágicas. Saliendo del puerto tomé unas instantáneas a mis compañeros y les comenté entre risas, os veréis en internet…

compañeros de pesca
Eusebio y Salva

En la travesía desde el Club de Regatas de Mazarrón hasta Cabo Tiñoso, me ubiqué en proa del Kelahiran, disfrutando aun más de la navegación y aprovechando estos instantes para ir dejando a un lado las preocupaciones. Al observar el vaivén del mar, mis pensamientos viajaban hasta el rincón de la loberica (en mitad del Cabo), pero no quise comentar ese pensamiento pues no quería influir en la decisión de elegir el sitio donde echaríamos un rato. Cuando Eusebio me comentó que ibamos a quedarnos en la loberica, me alegré enormemente. Salva quedaría como barquero y probando con una caña al jigging. Eusebio y yo probaríamos en la modalidad de pesca submarina.

Una vez dentro del agua, la primera sensación es el agua está algo «fuerte» pero con ese toque especial para encuentros interesantes. El fondo no se distingue y hay que bajar a ciegas, pero una vez abajo la visibilidad es perfecta para la pesca submarina. Inicialmente tanteo la pared, en un intento de encontrar alguna pieza algo despistada, pero nada. Al poco tiempo nos cruzamos la mirada Eusebio y yo, es el momento justo para juntar impresiones. Me comenta que un poco separado de la pared pegado al fondo y haciendo esperas se ve algún sargo de buen tamaño. Así que intento hacer alguna caída y posarme en el fondo.

En el segundo intento me aparece un buen sargo, y coincidiendo con una etapa generosa en no pescar nada, no me lo pienso mucho e intento su captura, impacta la varilla sobre la pieza pero no termina de soltarse todo el nylon de la misma, quedando trabada la línea, y en su lucha, al estar la línea con tanta tensión, desgarra el sargo sin que pueda evitarlo. Son estos lances los que precisamente uno no quiere. Antes mejor fallar, pero a veces no se pueden controlar 100% todos los aspectos.

De nuevo, hablando con Eusebio me comenta que la zona es muy propicia para al menos ver dentones, y en eso mismo andaba pensando, que raro que no hayamos encontrado aún ninguno. Me comenta que debe haber una piedra que por el flanco que da a levante hace una visera, haciendo la espera debajo de ella… Dicho y hecho, en la bajada localizo la visera, tiene una pinta impresionante, así que me desplazo por el fondo ayudado solo con la mano, casi sin mover las aletas, colocándome debajo de la visera. Nada más ubicarme, me aparece delante mía un buen dentón, muy nervioso y gira demasiado pronto, no da opción, y gira huyendo por donde vino. Alargo la apnea, pues su huída tampoco fue muy veloz, y eso me da esperanzas de que vuelva. Tras unos segundos de espera, me entran de frente un grupo de sargos, pero sabiendo que andaba cerca el dentón ni me planteé su captura. Y efectivamente detrás de los sargos me vino de nuevo el dentón, esta vez, entró mucho mejor, giró estando en distancia de tiro y me dio todo su flanco derecho. Un nuevo tiro y de nuevo alcancé la pieza. Es increíble la fuerza que llegan a sacar los dentones, y esta vez no fui demasiado rápido para levantarlo del suelo y con los choques entre las rocas, logró zafarse la varilla sin poder alcanzarlo. Vi el boquete por donde entró a una laja. Al subir, Eusebio estaba arriba vigilando la espera y vio como plateaba el dentón en su lucha, balizamos la laja por donde entró y tratamos de localizarlo, pero nos fue imposible. Al rato de estar buscando le comento que abandonamos la búsqueda y seguimos la ruta. Lástima haber perdido esta pieza, un buen dentón y capturado a solo 10 metros de profundidad hubiese molado bastante.

Llegamos a una zona donde Eusebio me comenta que encontraremos corvas. Inicialmente localizamos un banco pero no eran grandes y seguimos intentando localizar alguna de buen porte. En una de estas bajadas localizo otro banco de corvas y trato de capturar un buen ejemplar, alargo el momento del disparo pues quiero asegurar y no perder de nuevo la pieza. Y cuando uno piensa que mal me va hoy, entonces suele suceder que aún puede ir peor y de nuevo pierdo la pieza. 3 de 3, bien estoy que me corono. Para intentar olvidar la frustracción de haber perdido 3 piezas, me centro en las sensaciones de ir ganando profundidad y apnea ya que me encontraba preparado para ello. Sin gran dificultad me planto en los 15’5 metros y apnea de 1’44». Así que me conformo con estos datos para mejorar la moral en esos instantes y hacer más ameno mi regreso a la embarcación. En el regreso y en una de mis últimas apneas de la jornada, mientras estaba posado en el fondo, por encima mío va pasando un banco de mujoles de tamaño XL. Dada mi predilección a esta especie, y más siendo de aguas abiertas en Cabo Tiñoso, lo considero como el regalo que me va a hacer el mar ese día. Alzo suavemente mi tronco, buscando sin asustar al banco la línea de tiro, selecciono con decisión a un ejemplar y convencido de que esta vez si acertaré. Disparo y logro coger el mujol, y esta vez si siento el éxito de la captura, la alzo hacia la embarcación, donde Salva como buen barquero no nos quitaba la vista de encima. Sin dilatarme más en el tiempo me dirijo hacia Kelahiran, basta un solo cruce de mirada con Salva quien veloz y servicial como ninguno acude a la borda a echarme una mano para ir embarcando los utensilios. Cuando subo a la embarcación, todo perfectamente recogido y boya plegada. Eso es eficiencia. Mientras Eusebio regresa a la embarcación, me da tiempo e echar un par de lances al jigging, cosas de la «fiebre de la pesca».

Finalmente ponemos fin a una jornada con caras de agradecimiento por haber compartido estos momentos y esperando a volver a coincidir. Mientras los sueños en el azul no faltarán…

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